lunes, 18 de noviembre de 2013

Astrid y Gastón con acento chilango. México DF.

La cena había empezado semanas atras con un repentino "yo invito, yo elijo"... antes de darme tiempo a balbucear una respuesta, conocí la tercera condición: "el lugar es secreto".

Una vez inmerso en esta particular "dominatrix gastronómico" poco podía hacer salvo esperar que llegará el día y hora... como decía Andoni Aduriz al presentar su menú degustación: "Sométete". 

Entré en el taxi y observé como nos dirigimos hacia la colonia Polanco, colonia fresa (o pija) donde muchos de los tops chefs del DF han ubicado su local. Parecía que ya estábamos, el taxista no acertaba a ver el nombre de las calles y se pasó la nuestra. Tuvo que frenar y dar marcha atrás. Me giré y como en una película de Bogart miré a través del cristal trasero del taxi, al fondo un gran letrero, que podría haber gritado Rick´s, pero que esta vez gritaba un todavía más dulce Astrid y Gastón.

Una vez resuelta la incógnita de la noche y con los recuerdos del Astrid y Gastón Madrid en mi mente y de quien primero me hablo del ahora famoso chef peruano, subimos una escalera que llegaba hasta una sala espaciosa y tranquila. Una larga barra de bar y un gran comedor: mesas grandes y espacios generosos que invitan a disfrutar de la conversación.



Llegado aquí abro un pequeño paréntesis para hablar de la iluminación, como en otros restaurantes que he visitado recientemente algo inferior a la deseada. Es una característica que he venido observando en distintos restaurantes de México DF en el Maximo o el Azul Condesa y llevado al absurdo en el Restaurante Romita. Imagino que se quiere dar el toque romanticón al local, una moda como cualquier otra, convendría aclarar que una cosa es tenue y otra oscura. Creo que hay que considerar que el disfrute visual de los alimentos también es algo importante.

Elegimos una mesa de la terraza al calor de dos fuegos artificiales, un lugar bonito sin duda, aunque no me gusto que la mesa no estuviera vestida y en lugar de los manteles blancos (como en las mesas del comedor interior) hubiera un simple mantel individual. Se puede tratar de darle un toque diferente a la terraza pero no lo considero adecuado en un restaurante de este nivel.

Una vez sentados y ambientados por la tormenta en ciernes, comienza el desfile. Llega el pan a la mesa y se nos explica en detalle las diferentes variedades e ingredientes, como solo haría un aspirante a notario en su examen final. Pan con rajas, con queso, cereales, tamarindo, etc. acompañados de salsas para que los más impacientes puedan entretenerse.


LLegan los primeros...Un cebiche algo diferente, los tradicionales ya los probamos en otra de las casas de Gastón en Lima, Cebichería La Mar, y nos decantamos por un Cebiche Lima-DF (190 pesos) que resulta un acierto. No creo que me canse del cebiche nunca, me parece exquisito, cítrico, picante... combinación de texturas... y esta vez con un toque de mango.




Por otro lado, anticucho de pulpo nikkei con espuma de patata (160 pesos), de nuevo buenos sabores, sin duda otro acierto.

Respecto a los primeros, echo en falta unas presentaciones más visuales. La espuma aparece semiderretida por el calor del pulpo. En cuanto al pulpo, en algunas partes algo duro, ¿choque cultural?, ¿En México es así? Parece que hay cierta tendencia a la sobre cocción.

Un poco de conversación, más blanco, Monte Xanic Viña Kristel Sauvignon Blanc que trepa a mi cabeza y me transporta al calor de agosto y a las carpas blancas del Somontano...



Con muy buen ritmo (cómo se agradece!!!) llegan los segundos, tampoco decepcionan, cada uno en su terreno. Camarones en salsa chutney y pesto de albahaca (250 pesos) que aporta su frescura sin empalagar. Buen plato, quizas el toque crujiente de un fruto seco habría sido interesante. 



Por otro lado, me dejo recomendar y elijo un atún con tamarindo y coco terminado con sopa de miso (290 pesos) El pescado está bien, pero al mezclarlo con la sopa las especias que envuelven el atún encuentra su contrapunto... y se convierte en un bocado excelente. Un agradable guiño a la cocina chifa. El plato con el que más disfruté. Sin embargo, la espuma de coco que se funde sobre el pescado caliente daba un aspecto visual poco atractivo, no entiendo el uso del recurso de la espuma en este plato.

Para terminar y en honor a nuestras noches en Lima pedimos sendos pisco sours que se acompañaron por una colorida caja de petit fours cortesía de la casa.

En cuanto a los precios, en torno a 200 pesos los primeros y 300 los segundos. Precios altos para México pero que se hacen merecer en la mesa y el servicio. La atención fue excelente, el servicio amable, los tiempos correctos y los sabores muy buenos. El punto más bajo fueron las presentaciones las cuales necesitan un nivel más para estar a la altura de los sabores y del nombre del restaurante.

Así que contentos tras haber visitado un nuevo Astrid y Gastón nos fuimos a juntar con el resto de la noche, en esta ocasión la cosa acabó mejor que para Rickie, al fin y al cabo nunca me gustaron los gendarmes afrancesados.




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